miércoles, 2 de noviembre de 2016

De los rascacielos a la selva

Playa del Carmen, 1 de noviembre de 2016

Amanecíamos en Miami a las 7 de la mañana. Nuestro vuelo a Cancún salía a las 10.30 y queríamos ir con el tiempo suficiente al aeropuerto. Y menos mal que fue así porque nos pilló un atasco tremendo por un accidente en la carretera. Creo que no lo hemos comentado estos días de atrás, pero la gente de Miami no tiene que envidiar nada a los vietnamitas, chinos y demás asiáticos conduciendo. Aquí impera la ley del tonto el último y los adelantamientos por la derecha, los cambios de carril in extremis y los saltos de prioridades están a la orden del día.



Miami nos despedía con un bonito y soleado amanecer. Por fin parecía que las nubes y el viento iban a dar paso al sol. Para llegar a Fort Lauderdale lo más barato es pedir un servicio de transporte desde donde nos alojemos. Puede costarnos unos 25 dólares. Un taxi o Uber no baja de los 90.

A las 11.30 aterrizamos en el aeropuerto de Cancún. Es impresionante cómo se ve esto desde arriba. Todo es selva. Para llegar a Playa del Carmen nosotros cogimos un autobús que por poco más de 7 euros nos hizo el trayecto de 45 min entre ambas poblaciones. Nos alojamos en la casa de una pareja italiana que lleva aquí algo más de un año. La casa está en un barrio de gente rica con auténticos casones.



Lo primero que hicimos fue ir a comer. Por algo más de 8 euros comimos en un restaurante mexicano un menú del día con chicha morada, sopa de lima y fajitas. El día estaba nublado, se ve que el dios del viaje nos está castigando con el tiempo. Durante la comida empezó a llover fuertemente... Está claro que la tarde no iba a ser de playa. Cuando acabamos de comer decidimos dar un paseo por Playa del Carmen.

La población en sí tiene poco (por no decir nada) que ver. En su quinta avenida se encuentran todas las tiendas y bares para los turistas. Hay hasta un centro comercial con nuestras tiendas más internacionales, Zara, Pull & Bear, Bershka, etc... En la plaza central desde donde salen los ferrys a Cozumel hay una estatua que se inauguró en el 2012 para conmemorar el fin del calendario maya. Es lo poco que merece la pena de la ciudad en sí.



Parecía que el sol estaba empezando a asomar tímidamente, así que decidimos ir a dar una vuelta por la playa. Para llegar a ella había que atravesar una pequeña zona de selva donde vimos una familia de tapires salvajes. Al final de este camino y antes de llegar a la playa vimos una pequeña construcción Maya. La primera de todos estos días. Posteriormente Flavia, nuestra casera, nos contó que por ese camino hacia la playa era bastante común ver algunas pitones. Nosotros no nos cruzamos con ninguna y casi que doy gracias.



Playa Car es larguísima. Nosotros no llegamos al final de la misma, aunque más adelante al parecer comenzaban las playas de los resorts de lujo. En la zona que estuvimos había chalets de lujo a escasos metros de la orilla, y algunos incluso tomaban dentro de su terreno parte de la playa. Aquí si tienes dinero, construyes donde y como quieras. El agua estaba  a muy buena temperatura y se veía limpia. La playa sin embargo tenía bastante basura de los turistas. Al parecer la limpian bastante pero estos días de atrás con la lluvia no lo estaban haciendo.



Por la noche salimos a cenar por la quinta avenida. El precio de la cena, respecto al de la comida se multiplicó casi por cuatro, y su calidad no es que fuera mucho mejor, incluso diría que me gustó menos. Lo que nos ha dejado alucinados es que según andábamos nos ofrecían todo tipo de droga casi a voces. No sabemos si estarían compinchados con la policía para tener amnistía o la misma persona que te ofrece la droga luego te denuncia para sacar tajada. Aquí la policía es especialmente corrupta y es bastante común que paren a los turistas para retenerles y quitarles el pasaporte con cualquier pretexto y pedirles dinero. 



Abortamos el paseo cuando empezó a llover fuertemente de nuevo. Y menos mal, porque cuando ya llegamos a casa empezó a caer una tormenta tremenda con rayos y todo que hacían hasta retumbar las paredes de la casa. Alguno de estos rayos tuvo que caer casi encima de nosotros porque yo jamás sentí una tormenta así de fuerte. Por fortuna soy de buen dormir y aunque los rayos cayeran sobre mi cabeza, eso no me impide caer rendido en la cama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario