domingo, 13 de noviembre de 2016

La mayor belleza en ruinas

No La Habana, 7 de noviembre de 2016

Con tan sólo 3 horas dormidas cogiamos nuestro bus a las 4.30 de la mañana al aeropuerto de Cancún. Tras esperar una eterna cola para facturar salimos de Cancún sin necesidad de pagar la tasa de 65 euros que al parecer todos los españoles pagan al abandonar el país por este aeropuerto. No sabemos si es porque nuestra aerolínea ya los había pagado o si porque nuestro destino no era España o si es que esa tasa sólo es para vuelos charter. 



A los 15 minutos de abandonar México empezamos a sobrevolar Cuba y llegamos incluso antes de tiempo. Fuera del aeropuerto nos estaba esperando nuestro taxista. Yo estaba nervioso porque no sabía dónde nos íbamos a encontrar con Diana, que se ha unido a nosotros durante nuestros días en Cuba. Dani no sabía nada y yo estaba con el iPad en mano para no perder un momento de la sorpresa. Diana no estaba ni en el aeropuerto, ni en el taxi ni en la casa a la que llegamos. De camino a la casa cayó una gran tormenta.



La puerta de la casa era una chapa oxidada y la calle en la que estaba no podía ser más desangeladora. Era como si una guerra hubiera pasado por allí y hubiera destruido la mayoría de los edificios. Sin embargo, lo que en otro país nos hubiera dado miedo, aquí no nos provocaba ninguna inseguridad. Al subir el patrón de la casa, Rigoberto, nos sentó en un salón, nos invitó a un café y una cerveza y nos preguntó por nuestro plan de viaje dándonos algunos consejos. Muy bien, ¿pero y mi amiga? ¿Dónde estaba? ¿La habían descuartizado y nosotros éramos los siguientes? 

Me levanté al baño y entré en una habitación. Ahí estaba la mochila de Diana. Vale, si la hubieran vendido para ser torturada como en la película de Hostel hubieran escondido al menos su ropa. De repente Rigoberto me dice que había llegado una representante que si podía grabarla que querían hacer una presentación en vídeo de eso. Rápidamente entendí que esa mujer que estaba en las escaleras era Diana. Dani supongo que estaría flipandolo y más que lo alucinó cuando Diana estaba allí con nosotros. Se quedó paralizado, mirándola sin entender si aquella persona era su amiga, una cubana que se parecía mucho a Diana o la virgen del Rocío.



Superado ya el shock inicial, Diana nos contó que había ido a por una de esas tarjetas que usan en Cuba para conectarse a Internet. Cada tarjeta te da una hora de acceso desde los puntos wifi de la ciudad y cuesta 3 o 5 CUC (según el dueño eran 3 para los turistas pero a Diana la habían timado). Los CUC es el peso convertible cubano y es la moneda del turista. Las cosas tienen dos precios, uno en peso cubano, para la gente local y otro en convertible, para el turista. Por supuesto para nosotros todo es mucho más caro. Por ejemplo estas tarjetas de conexión a Internet de una hora para ellos tienen un precio de 1,5 CUC. Un CUC es 1,1 euros y un CUC equivale a 24 pesos cubanos.

Creo que hacía años que no pasaba más de 5 minutos sin ser rodeado de redes wifi. Aquí el internet es público y supongo que también controlado. El sol había salido con fuerza y fuimos a pasear por las calles de la Habana. La ciudad ha sido declarada como una de las 7 ciudades maravillas del mundo y motivos no le faltan. Hace 80 años tenía que haber sido posiblemente la ciudad más bella de todas las que he visitado en toda mi vida.


Todas las fachadas de los edificios son espectaculares. Unos más coloniales, otros con reminiscencias árabes, de inspiración gótica e incluso algunos recuerdan al estilo de Gaudí. En cada calle y en cada esquina hay una casa que fotografiar. Y hoy en día, la ciudad se cae a pedazos literalmente. Como he dicho más arriba, parece una ciudad que haya sido bombardeada por una guerra y en la que, una vez pasada la guerra, la gente vuelve a rehacer su vida con tranquilidad en sus calles. Es como que aquello para los cubanos ya no tiene solución y lo único que se puede hacer es dejarlo caer. Cornisas y balcones agujereados de los que queda poco más que la barandilla anclada a la fachada, enormes edificios que en otra época conocieron el mayor esplendor y que ahora eran comidos por las plantas y ventanales rotos que dan a solares y casas vistas. 



Y aún así tiene un encanto innegable que te invita a pasear por todas sus calles. Si en Venecia el estilo es desconchado y a la gente le encanta, aquí es como si juntaras esa famosa decadencia veneciana con el encanto del barrio español de Nápoles y lanzaras varias bombas encima. En cualquier otra parte del mundo pasear por estas calles nos daría miedo. Aquí la tranquilidad es absoluta.



Hay algunos edificios que sí han sido cuidados y restaurados y son admirables. El Capitolio no tiene nada que envidiar al de Washington y los edificios de la universidad o el teatro se ven muy cuidados. Aun así la Habana vieja merece ser pateada y disfrutada. Junto a los negocios locales hay otros mucho más cuidados abierto al turista. 


Por supuesto los negocios cubanos no tienen escaparates ni muestra el producto. Son barras de cara a la calle donde se atiende a los clientes. En la Habana vieja si hay algunos sitios, sobre todo galerías de arte donde puedes entrar y disfrutar de las obras de los artistas. Para los amantes de los coches La Habana es un paraíso. Hay cientos de coches antiguos recorriendo sus calles. Son preciosos. Hay turistas que los alquilan para dar un paseo con ellos por la ciudad. Nosotros nos conformamos con verlos.



Lo primero que hicimos fue ir a una casa de cambio a cambiar nuestros euros por CUC. En estas casas también se pueden cambiar dólares pero tienen una "penalización" del 10% respecto a su valor real que es casi 1 a 1 e incluso retirar dinero con la tarjeta del banco. De ahí cogimos un autobús que nos llevó por todo el malecón hasta una oficina de Cubana para que Diana cambiará su billete. No había ninguna opción para volver antes de Santiago a la Habana, o se arriesgaba y hacia el transfer para volver a Chile con sólo 1 hora y cuarto o tendría que volverse antes en bus que serían 9 o 10 horas. Todavía no sabemos cómo lo hará pero no va a arriesgarse a volver en avión.



De ahí fuimos paseando por otras avenidas más modernas hasta la Plaza de la revolución donde se encuentra su monumento, la construcción más alta de la ciudad y el famoso edificio con la cara del Che. Al lado de la plaza de la Revolución estaba la estación de autobuses, pero era la local, no la de los turistas. En la estación local no nos es posible coger un autobús a los turistas. Tampoco es muy recomendable si no vienes con todo el tiempo del mundo, porque aquí se hacen colas y nunca sabes si vas a salir o no en el siguiente o cuando va a salir ese "siguiente".

En la estación vivimos los primeros episodios de la "amabilidad cubana". Aquí hay de todo, gente muy amable y atenta que te trata con dulzura y otra más... Especial. Cuando Diana preguntó por el autobús de Santiago a la Habana para volver la mujer le dijo algo así como que esa no era la estación y que tenía que ir a la calle "26 O". Diana le pregunto qué hacía dónde y la mujer le repitió cortante "26 O". A la tercera vez que Diana le preguntó, la mujer de información la miró con cara de "EresRetrasadaNiña" y volvió a repetir con un gesto chungo y tono de cansada "26 O". Entendimos que era mejor no seguir preguntando. 



Acto seguido compramos agua y Dani recibió su ración de amabilidad cubana. Señalando a la botella de agua de litro y medio le dijo a la mujer que quería una botella de agua. La mujer le dio una botella de medio litro y cuando le dijo que quería la otra más grande, se giró, le miró fijamente y le dijo cabreada "pide agua grande, GRANDE".

Paramos a comer y a descansar en una hamburgueseria en un centro comercial. Cuba está cambiando. En la hamburgueseria había pocas opciones. No había patatas, tampoco bacon, se les había acabado la cerveza y lo poco que les quedaba era TuKola (la coca cola local que es como tomarse Cola marca pitusa). Yo pasé al baño y le di a la mujer unas cuantas monedas de céntimo que nos habían dado en la casa de cambio. Me miró con cara de odio. Cuando fuimos a pagar y Diana sacó las más de 60 monedas de céntimo que le habían dado en la casa de cambio, la mujer la miró con odio y le dijo "con eso, no me pagas". Así que nada, tenemos un montón de pequeñas monedas cubanas que ni los cubanos quieren. Que digo yo, que cuando voy al Día a comprar en España, los centimillos también los cogen y tan estupendamente, no? Que también es dinero.



Aun así tampoco queremos dar una imagen de Cuba que no se corresponde (No sea que me retengan en la frontera y me lleven a una prisión cubana). La gente en general es muy amable, te ayuda en todo momento. Hay algunos que por las calles te paran para intentarte vender, pero muchos otros sólo quieren conversación, te preguntan por la situación política de la "madre patria", se quejan de que hayamos re elegido a Rajoy pero nos advierten de que ellos llevan con Podemos más de 50 años. La política española les interesa y están al día.



Nosotros seguimos paseando por las calles y plazas de la Habana Vieja, nos sentamos en una de sus plazas y disfrutamos poniéndonos al día y observando la vida cubana. Los niños saliendo de los colegios y yendo a jugar a los parques, los adultos relacionándose en los parques. La Habana merece ser observada también de este modo.



Antes de salir a cenar fuimos al hostel a ducharnos. Las calles de noche eran aún más inquietantes, pero los ritmos cubanos que se oían desde las casas nos recordaban que, aunque lo pareciera, aquello no era zona de guerra. Ya de noche paseamos por el Malecón frente al Castillo y de ahí nos acercamos aconsejados por un hombre a un paladar, un restaurante típico cubano. Por 15 CUC, unos 14 euros, comimos un plato de Langosta que estaba deliciosa acompañada plátano, de ensalada y "Moros y Cristianos" que básicamente es arroz con frijoles. Buscamos y rebuscamos, preguntamos una y mil veces por un bar que habían aconsejado a Diana, "La Peña de Ray", pero fue imposible encontrarlo.



De vuelta a nuestra casa paramos en otro paladar mucho más humilde donde nos tomamos un mojito y una cerveza. La dueña fue muy amable con nosotros. Nos contó que su hija estuvo en el ballet nacional y ahora trabajaba en un Resort de lujo como bailarina. Nos dio pena no haber comido allí ya que el trato de la mujer fue excelente.

A las 23.30 caímos rendidos en la cama. Al día siguiente cogiamos a las 8 un taxi colectivo a Cienfuegos.

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